El Porfiriato fue un periodo de marcados contrastes. Dependiendo del sector que uno analice, se puede llegar a conclusiones totalmente divergentes. El escritor estadounidense John Kenneth Turner, en 1911 por ejemplo señaló que para sus compatriotas que emprendían negocios en México, el régimen de Díaz era “el más sabio, el más moderno y el más benéfico sobre la faz de la tierra”, pero que, desde el punto de vista del mexicano común, el gobierno de Díaz era “un tratante de esclavos, un ladrón, un asesino”, pues no tenía misericordia ni impartía justicia, sólo se dedicaba a explotar a su población. Cierto es que, para tener una opinión equilibrada sobre este periodo, debemos conocer sus claros y oscuros, sus virtudes y defectos, sus logros y retrocesos.
El extraordinario crecimiento económico que experimentó el país, la modernización urbana, el saneamiento de las finanzas públicas y la estabilidad la política fueron algunos de los logros más importantes del Porfiriato. Después de más de medio siglo de estancamiento económico y aislamiento comercial, México se insertó de lleno en la economía mundial ocupando un lugar clave, aunque de manera dependiente, dentro del desarrollo del capitalismo. Como resultado directo del pronunciado crecimiento económico, irrumpieron destacados centros urbanos y fabriles: Torreón y Aguascalientes se convirtieron en importantes centros de distribución ferroviaria, Monterrey y Orizaba se consolidaron como ciudades industriales, Mérida creció significativamente con la exportación de henequén y chihuahua con la venta de ganado.
Sin embargo, en no pocos casos, para los peones de las haciendas, los jornaleros del campo, los mineros y los obreros fabriles, es decir, para la clase trabajadora, la paz social y la estabilidad política de que tanto se vanagloria el régimen significaron arbitrariedades, explotación, sometimiento y represión, particularmente cuando daban alguna señal de protesta o rebeldía. Tales injusticias, permitidas y solapadas generalmente por los prefectos políticos que eran autoridades locales, conformaron lo que se conoce como “la leyenda negra” del Porfiriato y constituye uno de los lados oscuros.
Lo que para los hombres del régimen era motivo de orgullo, para un sector ilustrado de la clase media era motivo de crítica e indignación. La prensa volvió a sus fueros y un sector de jóvenes periodistas acusó a Porfirio Díaz de extranjerismo desmesurado, de vender la patria a los extranjeros, de mantener a la población sumida en la pobreza y, sobre todo, denunciaron la falta de libertad política.
En medio de grandes tensiones y conflictos llegó 1910, un año de grandes sorpresas para los mexicanos de entonces: apareció el cometa Halley, se realizó la convención de los clubes antirreleccionista, con bombo y platillo el régimen festejó el primer centenario de la Independencia de México, se consumó la séptima reelección de Porfirio Díaz para presidente de la República y, como resultado de esto último, inició un movimiento revolucionario de largo alcance, en el mes de noviembre, que obligaría al anciano presidente a dimitir del cargo e irse de México. Por ello es un año clave en la historia nacional.