Los gobernadores y las autoridades locales no tuvieron casi poder en tiempos de Porfirio Díaz. El tomaba todas las decisiones. Los diputados y los senadores aprobaban todas sus iniciativas. La opinión pública debía estarle siempre agradecida. No se permitía ninguna confrontación de ideas ni de opiniones. El presidente se reeligió varias veces. Por largo tiempo esa fórmula fusionó por que el país anhelaba la paz y la prosperidad, y porque el gobierno de Díaz logró un impresionante impulso económico. Con el tiempo, los problemas sociales se fueron agudizando. Aun lado de la creciente desigualdad y del clima de justicia que se vivía, el problema más grave fue que no había oportunidad para
que quienes deseaban participar en la política pudieran hacerlo. Díaz y se acercaba a los ochenta años y era natural pensar que pronto tendrían que ser reemplazado. El dictador no facilito la sucesión. En 1908,el periodista norteamericano James Creelman lo entrevistó. Díaz le dijo que México ya estaba preparado para tener lecciones libres. La noticia llenó de optimismo a muchos, que comenzaron a organizarse para participar en las elecciones de 1910. Surgieron partidos políticos, y se escribieron libros y artículos que discutían la situación del país. Díaz cambio la opinión y se reeligió de nuevo. Pero era ya imposible detener el deseo de cambio.
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